A primera vista, uno puede pensar que el mercado esta organizado de manera geográfica. Las vendedoras se disponen con sus productos bajo grandes paneles que indican las siete capitales de los distritos de la Provincia de Urubamba. Pero cual será entonces el espacio reservado a los pequeños productores de las comunidades campesinas? Voy donde un panel que indica Maras, la municipalidad de la cual dependen nuestras comunidades vecinas, pero no veo ninguna cara conocida. En ciertas zonas del mercado, los paneles además indican una familia de productos: frutas, flores, lácteos. Y, dando vueltas, me doy cuenta que hasta cuando indican lugares, la organización termina siendo por familias. Los distritos de altura están separados de los distritos del valle, predominando el producto más que el lugar. El mercado de Urubamba es una encrucijada regional en las rutas comerciales. En él, las producciones agrícolas de los diversos pisos ecológicos de la región del Cusco encuentran un punto de convergencia y de redistribución hacia otros espacios. Los pequeños productores vienen a vender sus cosechas y también a comprar insumos que no producen como, en el caso de las comunidades vecinas de Mil, hortalizas y vegetales.

En el medio, un espacio me llama la atención. Un triángulo de tierra vacío que, a lo largo de las horas, se va llenando con grandes sacos como si los porteadores que los cargan fueran atraídos por una especie de imán. Allí, las señoras y su diversidad de productos han cedido paso al amontonamiento de grandes costales de papas, habas, cebada, contrastando con el resto del mercado. Unas cuantas personas están encargadas de llevar las cuentas.
Entiendo luego que es la zona de los mayoristas, llamados también intermediarios o revendedores. Esas palabras dan a entender el tipo de actividad que desarrollan en el mercado: comprar grandes cantidades de productos, revenderlos aquí mismo o llevarlos a otras regiones y así, participar de la circulación de los productos a zonas más lejanas. Por comprar en grandes cantidades y dando la seguridad de comprarlo todo, consiguen un precio más bajo por parte de productores, lo que no les da una buena reputación.
Ciertamente por un lado se estarían aprovechando de la urgencia por vender de productores que vienen a este mercado una vez por semana a ofrecer sus productos con mucho esfuerzo, mientras de otro lado estaría abriendo la posibilidad a productores que quieren asegurarse con vender todo lo que llevaron, incluso afrontando un precio menor del que merecen sus productos.

Salgo del mercado decidida a volver a casa, decepcionada por no haber encontrado a Ceferina o cualquier conocido de cualquiera de nuestras comunidades vecinas. Estoy justo en la entrada del mercado cuando un camión llega y reconozco caras: es el camión que viene de Kacllaraccay. Me acerco al mismo tiempo que unas señoras empiezan a negociar precios mientras están descargando la mercadería; y entiendo que son justamente mayoristas.
Finalmente, Ceferina no había venido pero me encuentro con su prima. Tiene tres sacos grandes de papas que vende a una mayorista. El proceso es largo: del primero van llenando una bolsa de los productos y la pesan con un objeto que nunca antes había visto en mi vida. De manera muy ingenua, pregunto a cuánto se vende un kilo de papa. No entiendo su respuesta y creo que se nota en mi cara porque me enseña el objeto desconocido. Me explica que es una romana, una herramienta que permite medir la arroba, una unidad de masa traída por los españoles con la colonización y que se sigue usando aquí en los Andes. Corresponde a 25 libras es decir aproximadamente 11,5 kilos. Estaban midiendo cuántas arrobas de papas contenían los tres sacos para poder fijar el precio total, calculado en un celular.

Todas esas cosas que observaba por primera vez se volvieron más familiares a medida que repetí estas visitas todos los miércoles. Aprendí a identificar dónde se ubican en el mercado estas personas de la comunidad. Por no tener un espacio definido exclusivamente para ellos, se colocan de manera informal detrás de los mayoristas o apoyados contra las paredes en los corredores de pasaje. Y, como si un panel invisible indicara “Kacllaraccay”, se colocan juntos, unos al lado de los otros, prolongando las sociabilizaciones de la comunidad en el mercado de Urubamba.
Pero el mercado es un espacio mayormente femenino y cuando pregunto por qué, Blanca me responde:- “Porque nosotras sabemos lo que hay que comprar para la casa”.Me llama la atención este papel preponderante de las mujeres en la economía familiar, encargadas de la comercialización de los productos pero como consecuencia de sus tareas domesticas. Ellas saben lo que se necesita comprar para el hogar o varias veces también observé que aprovechan su presencia en Urubamba para ir a la lavandería. El mercado también es un espacio intergeneracional, de encuentro familiar. Se venden los productos con los hermano/as, con los padres o encontrando a los hijos y a los nietos que dejaron el campo en busca de más oportunidades en la ciudad.

Las señoras se acostumbraron a verme todos los miércoles y siempre me ofrecen sentarme en un saco al lado suyo. A menudo, me confían sus sacos mientras van a comprar algo o encontrarse con su familia. Me indican el precio de cada producto a la venta y me quedo sola, dando el precio a las personas que se acercan. Unos siguen su camino, otros intentan hablarme en quechua sin que pueda responder. Un día, mientras estaba sola con los productos de la señora Eva Sayri, viene una persona a pedirme el precio.- “12 soles mama” Me tiende una bolsa. Entiendo que la venta esta hecha y que tengo que asumir la serie de gestos que tantas veces he observado.

Por no hablar quechua, siempre he estado muy atenta al lenguaje corporal tratando de entender al máximo lo que pasa, secuenciando la serie de gestos que veía que constituye todo el proceso de venta. Entonces, fingiendo estar acostumbrada, agarro su bolsa y coloco un par de papas adentro sin tener ninguna idea de la cantidad que estoy sirviendo. Ellas realizan la acción de trasladar los productos de un saco al otro muy rápidamente, pero yo tengo que ir despacio para que las papas no se caigan por todas partes.
No tengo romana así que le pido a la señora a mi lado que me preste la suya. Paso el gancho del instrumento por las asas del saco y lo levanto para leer en la graduación si la arroba esta comprobada.
Desde mi primera visita al mercado me había sorprendido que el precio de la arroba casi no se negocia: los compradores pasan por cada sección revisando los productos disponibles, tocándolos o a veces haciendo algún comentario sobre su aspecto pidiendo el precio y yéndose sin comentar si les conviene o no les conviene. Lo concluí por la cantidad de un mismo producto que hay disponible en el mercado: los compradores comparan los precios sin negociarlos.
Noté también que mientras las horas pasan, las vendedoras suelen bajar el precio de la arroba para no quedarse con productos a la hora de irse pero de muy poco. La competencia generada por las cantidades de productos disponibles hace que el precio ya es muy bajo.
No encuentro que se presente situaciones tensas, excepto al momento de pesar la arroba. Y ahora que me toca hacerlo entiendo la razón. Mientras uno tiene que levantar la arroba, es decir 11,5K, tiene que leer los números de graduación en la romana, que normalmente, por el gran uso que se le da al artefacto, se encuentran medio borrosos. El ajustar las cantidades añadiendo o quitando papas de la bolsa siempre da lugar a debates que pueden terminar en la anulación de la venta, en la exigencia del cambio de romana o en la intervención de una tercera persona para tener una opinión externa. En ese momento que me ocupo de la venta, ajusto la cantidad, más o menos, sacando o adicionando papas, y cobro los 12soles de la arroba. Cuando regresa Eva, me ve contenta. Le explico que vendí mi primera arroba y le da mucha gracia.

A pesar de representar 45 minutos de transporte con toda la logística que implica, el Mercado de Productores de Urubamba constituye un espacio primordial para la economía del hogar. Es el espacio en el cual desemboca el trabajo hecho todo el año en las parcelas, principal fuente de ingresos para las familias de las comunidades campesinas. Da a ver el papel de la ciudad como centro de convergencia de las producciones regionales y nudo en las rutas comerciales. En efecto, la ciudad de Urubamba constituye una plataforma de redistribución de los insumos que hace el lío como uno se puede imaginar entre el campo y la ciudad, pero también entre el campo y el campo cuando pequeños productores de comunidades campesinas compran a otros productores de otras comunidades variedades que no producen para su consumo o para tener semillas para el próximo año agrícola.
Poco a poco, la organización del espacio se me hizo mas clara. Observé su jerarquía tacita reflejada en la repartición del espacio que desventaja a los pequeños productores así como sus solidaridades, sobre todo familiares. Finalmente, puedo decir que mis varias experiencias en el Mercado de Productores de Urubamba de los días miércoles me permitieron relacionarme con las mujeres de las comunidades vecinas de Mil que creo, me tomaron un cariño especial tratándome como si fuera una hija quien, además de hacer preguntas ingenuas, viniera para ayudarles en las ventas y para compartir con ellas.