Entrando a este camino, entré a un mundo totalmente desconocido para mi en el que familias productoras siguen cultivando el té de manera tradicional con cosecha a mano. En mi imaginario, té y Perú no solían asociarse. Sin embargo, descubrí que el té había sido introducido a la ceja de selva peruana a principios del siglo XX por el hacendado de Huyro, también diputado de la Convención, a partir de semillas japonesas para constituir una alternativa al café frente a las dificultades del sector en aquellos tiempos.
Escuchando la historia del té peruano, no puedo dejar de pensar que presenta un ejemplo increíble de historia global;[1] una historia de conexiones construidas entre América latina, Asia y Europa por la circulación del saber sobre plantas, de semillas, de máquinas, de expertos técnicos británicos y esrilanqueses.
Es que las plantas son conectores. Me gusta la imagen de la cadena justamente porque transmite bien esta idea. Por definición, una cadena es un objeto compuesto de anillos entrecruzados, de elementos sucesivos liados los unos a los otros. En el caso de las cadenas de producción alimenticias, la mediación de los elementos se hace a través de un insumo comestible que reúne y mantiene entre ellas las distintas partes de las cadenas en una relación de interdependencia.

Por las relaciones sociales que generan, las cadenas productivas constituyen redes que valen la pena investigar. Me represento a los anillos de las cadenas como etapas en el proceso de producción que pueden verse cumplidas por distintos actores en distintos lugares. Por eso el conjunto representa a una diversidad de universos sociales, sistemas de valor, identidades, prácticas, que se entrecruzan en cada etapa de la cadena a través de interacciones puntuales. En cada lugar donde un anillo se engancha al otro, existen interacciones que no implican en si un conocimiento mutuo ni relaciones personales. Es más, la vida de un restaurante cualquiera podría desarrollarse sin problemas sin que los distintos actores de la cadena se vean nunca.
Sin embargo, todos los anillos-mundos de la cadena se encuentran en una situación de interdependencia. El restaurante necesita de manera continua y segura un abastecimiento de sus productos. El productor vive con la necesidad de encontrar un mercado para su producto. Pero esa interdependencia es desigual: si un problema surge, el productor que esta al principio de la cadena es mas vulnerable que el restaurante al final de la cadena a quien pertenece el poder de decidir si compra o no.

Desde la perspectiva de la antropología, es justamente por estas relaciones de poder entre partes implicadas que entro al análisis de las cadenas productivas. Hacer dialogar las perspectivas entre la cocina y las ciencias sociales permite generar una visión total de las cadenas. De repente, hacer la trazabilidad de un producto ya no se limita en conocer el origen de un producto sino que implica también estimular el inter-conocimiento y las relaciones directas entre actores. Conocer el contexto social y ambiental de producción, las particularidades, las dificultades, la historia detrás del producto permite que uno tome conciencia de un valor que no esta reflejado en el precio.
En el caso de los proveedores de MIL, viajar por las cadenas alimentarias es viajar por los distintos ecosistemas de la región de Cusco. Es poder vivir en carne propia la diversidad del Perú, cuando por las mañanas te están picando mosquitos en plantaciones de té (1,550m.s.n.m.) y por la tarde ves caer la nieve en el paso Abra Malaga (4200m.s.n.m).
En Chinchero, a 3.740m.s.n.m, Manuel Choqque, un agricultor-ingeniero se hizo famoso hibridizando manualmente papas nativas con papas salvajes, creando nuevas variedades llenas de antioxidantes que cultiva de manera orgánica en las chacras familiares.
En el distrito de Santa Teresa, Dwight Aguilar, productor de café, trabaja de la mano con los jóvenes de The Three Monkeys Co. En conjunto, apostaron por cambiar la filosofía de cómo trabajar en la chacra buscando siempre más calidad que cantidad.
En el distrito de Santa Teresa, Dwight Aguilar, productor de café, trabaja de la mano con los jóvenes de The Three Monkeys Co. En conjunto, apostaron por cambiar la filosofía de cómo trabajar en la chacra buscando siempre más calidad que cantidad.
En una cabaña de Lucmabamba, al borde del famoso Camino del Inca que lleva a Machu Picchu, la señora René nos hace probar ricas mieles de altura producidas por una asociación de mujeres cuyas ventas participan de su emancipación económica.
En Huyro, Americano y su familia se dedican a perpetuar la tradición de cosechar té de forma artesanal a pesar de la dificultades de encontrar una demanda nacional.
En la comunidad campesina Unión Chahuay, a unas dos horas de Cusco, al borde de la laguna Pomacanchi (3800m.s.n.m), Trinidad y Francisco, una pareja de productores capacitados por una ONG en el cultivo de huertos orgánicos, son los que ahora participan en la difusión de este saber en su comunidad respectiva y en las vecinas.

A menudo, estas historias nos enseñan sobre la capacidad de resiliencia de los actores que buscan soluciones sostenibles en las colaboraciones (familiares, ONG/productor, intermediario/productor). Y, como lo hace Anna Tsing en The Mushroom at the end of the world: on the possibility of life in capitalist ruins[1], podemos extender este fenómeno a los seres no-humanos que tienen un papel en el proceso de producción. Las hojas caídas de un árbol que abonan la tierra para otra planta, el agricultor que escucha el canto del zorro para saber cuando va a llover. Esas practicas dan cuenta de la interdependencia inter-especies, de un saber-hacer juntos.

Los encuentros que hacemos nos cambian. Eso lo experimenté cuando hice entrevistas en casa de Francisco y Trinidad. Venía a hablar de practicas agrícolas pero Trinidad me llevó al terreno emocional de las confesiones íntimas entre mujeres. Sin haberlo hecho a propósito, había creado un espacio para exponer sus inquietudes de mujer, de madre, de esposa, de encargada de comité en su comunidad. Trinidad ya no era solo agricultora, productora, sino una identidad compleja y densa en la que se entrecruzaban una multitud de roles sociales. Su relato había transformado la relación de investigación inicial en una conversación de mujer a mujer.

Finalmente, todas estas historias encontradas a lo largo de mi viaje me dejaron preguntas abiertas: qué sucede cuando hijos de productores cambian las maneras de producir, por ejemplo pasando a cultivos orgánicos, enfrentándose a la desaprobación del padre? Qué nos dice eso de manera general de los conflictos inter-generacionales y de las relaciones intra-familiares? Que nos enseñan las alianzas productivas entre productores y procesadores sobre las maneras de generar una situación beneficiosa mutua? Y cuando constatamos la ayuda que prestan programas gubernamentales u ONG, qué vemos en su intervención en las comunidades de los Andes? Como se difunde el saber sobre plantas? Que nos enseña este encuentro que observamos de las relaciones y las representaciones ciudad-campo?
Cada viaje por un anillo de la cadena abre un mundo de preguntas y genera nuevas expectativas de comprender cómo, siguiendo el camino de un insumo, podemos viajar a través de las historias, experiencias, memorias y percepciones distintas. Al subir en el coche de Wilfredo, sentía siempre la misma emoción al encontrar de nuevo mis compañeros de viajes y de aprendizaje, listos para seguir explorando cómo los insumos pueden conectarnos con los demás, con el entorno y conmigo misma.

[1] La historia global es un corriente historiográfico que toma la globalización como objeto de estudio apuntando a investigar los fenómenos de interdependencia y de integración a escala mundial. Para saber mas : OLSTEIN Diego, Thinking History Globally, Basingstoke, Palgrave Macmillan, 2015.
[2] TSING Anna, The Mushroom at the end of the world : on the possibility of life in capitalist ruins, Princeton University Press, Princeton, 2015.