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El campo luce sombrío y ocre, pero Cleto, uno de los agricultores de la aldea de Moray, nos mostró lo «colorido» que es el lugar. Las plantas no sólo les proporcionan alimentos, sino también medicinas, tintes e incluso cuerdas y agujas. Era junio de 2022, cuando viajé por primera vez a las ruinas de Moray guiada por Virgilio, Pia, Malena y «la familia» de Mater, incluidas las personas de las comunidades, que viven allí desde hace siglos. Tuve la oportunidad de reflexionar profundamente sobre lo que hemos creado.

Moray es considerado un lugar de investigación agrícola, construido por los Incas. Para alimentar a la población de un imperio enorme, necesitaban conocer la mejor manera de cultivar cereales y verduras. Como los incas no usaban palabras escritas, no podemos decir quién creó esto, pero este recorrido a pie con Cleto me mostró lo sorprendentes que son sus ideas, y lo desarrollada y reflexiva que fue su cultura establecida por personas sin nombre que vivieron en los siglos XIII-XVI. 

Al ver esto, me atrapó una idea: la creatividad.

Al igual que la revolución industrial ha cambiado nuestro estilo de vida, en la era moderna, las redes sociales han cambiado el mundo.

«Ser creativo» es la naturaleza del ser humano, pero hoy en día también es el germen de las luchas. Una vez publicada en la plataforma digital, la creación se difundirá hasta el otro lado del mundo, y al día siguiente, se verán publicaciones de creaciones «similares» por todas partes.

Ese hecho estimularía la creatividad de la gente, aceleraría la evolución de la industria, pero por otro lado, perjudica a los creadores. En nuestro caso, los chefs.

Independientemente de la cantidad de sudor, lágrimas, esfuerzo y pasión que pongan los creadores, hay «copias» y nadie puede ver «cual es la original».

La abrumadora información hace que la competencia sea más dura, y la presión por hacer creaciones nuevas y originales cada día sea enorme. Tras los duros dolores de parto, al día siguiente, todo se convierte en creaciones «viejas». Es casi como «consumir y desechar» en un abrir y cerrar de ojos. Antes también ocurría en el mundo de los creadores, pero ahora la intensidad va mucho más allá.

Quizá deberíamos cambiar de perspectiva. Al ser compartidas, las ideas rompen la célula de la identidad individual o del ego, como deberíamos llamar, luego pertenecen a todos.

En realidad, consumir y difundir las palabras, parecen acciones similares.

Si tu creación lleva la buena voluntad y la sabiduría, aunque nadie pueda ver de quién es la creación, el mensaje se extenderá por el mundo junto con la creación.

Viendo cómo las personas que viven al lado de Mil, y a las ruinas de Moray cuentan con la sabiduría de los antiguos en Perú, está muy claro que, nuestras vidas se basan en los saberes de nuestros antepasados.

Pero, ¿podemos nombrarlos? En miles de años de historia humana, ese nombre no ha importado. Dentro de décadas y siglos, nuestras identidades individuales se fundirán de todos modos en la historia humana. Pero, aun así, ¿podríamos dejar algo? Me gustaría creer que la respuesta es «Sí». Aunque sea una pequeña ola en el vasto océano, me gustaría creer que podemos construir o dejar algo bueno para el futuro.

En lugar de centrarnos en la superficie de la «creatividad», ¿por qué no pensar en lo más profundo de ella? Pensar en ¿qué tipo de conocimiento y sabiduría podemos dejar al futuro?

«Un grano de trigo no es más que un grano hasta que se deja caer en la tierra y muere. Si muere, produce muchos granos». Se dice.
Seamos las personas sin nombre, que no dejaron nada más que la buena voluntad y la sabiduría de la vida.

IG:@kyokonakayamatv
Fotos por: Kyoko Nakayama


Kyoko Nakayama
Autor del equipo Mater

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