Recordé que durante uno de los descansos en las chacras de MIL le había comentado a Edwin (hijo de Egidio) que ésa iba a ser la primera noche que me quedaba solo en la casita. Esta queda justo en el límite entre el sector Mistiraccay de la C.C. de Mullak’as-Misminay y el terreno que se extiende hasta MIL. Gran parte de la familia Amau vive en este sector. Podríamos decir entonces, que son nuestros vecinos inmediatos. Edwin vive un poco más cuesta arriba, pero iba a tener una reunión hasta tarde. Asumo que por eso le dijo a su papá que me invitara a comer.
La noche está despejada. “Hay unos gusanos que te avisan” – dice Egidio- “solitos hacen cerritos en la tierra cuando va a despejar”. Seguimos caminando hasta llegar a su casa. Al llegar a su patio interior, Loba (su perra), empieza a ladrar. La esposa de Egidio, Regina, salió de la cocina y nos invitó a pasar. La saludé con el mismo cariño de hace unas semanas, cuando bailamos en esa misma cocina durante la yunzada de carnavales.
“Sienta, papá. Acá sienta”- me dice Egidio, mientras acomoda unos cueros de oveja en la banca frente a la mesa.
La cocina es de adobe. El calor de la q’oncha –horno de barro- en una de las esquinas nos abraza con el humo del fogón. Miré hacia las ollas y me percaté que estaban preparando chicha de jora y una gran sopa. Egidio se sentó junto al fogón hasta que sirvieron la comida. Como invitado, soy el primero a quien le sirven. Egidio me alcanzó el plato lleno de una sopa de pollo, papas, habas, zanahorias, alverjas y arroz, muy caliente. Y se sentó a mi lado esperando que Regina le traiga un plato de sopa igualito.

Después de comer, Egidio saca de la tetera un líquido color rojo oscuro, casi marrón. Lo sirve en una copita de vidrio que le tomó unos minutos encontrar. “¿Qué es eso?”-pregunté, “Tirillo, Pancho” -me dice entre risas-. El tirillo normalmente es una mezcla de alcohol y agua, pero éste había sido reposado con distintas hierbas y un poco de azúcar, y llevado a fuego lento. “Encima de la comida, siempre”-sigue, “Este es nuestro Matacuy”. Los tres soltamos una carcajada.
El humo del fogón y las risas van llenando ese espacio en la cocina. La conversación se volvió más intensa. Luego de que se acabó el trago caliente, el tirillo, la señora se agachó un poco para alcanzar la botella de cerveza que se encontraba bajo la banca donde yo estaba sentado. La apoyó sobre la mesa y comenzó a buscar un vaso para servirnos. Johan, el hijo menor de Egidio, de 8 años, se suma a la reunión. Su papá le sirve un poco de sopa. En ese momento me puse a pensar en la elección de vasos para tomar ciertas bebidas alcohólicas[1]. Para tomar trago o cañazo, se utiliza una copita de vidrio, a veces con diseños de colores impresos sobre la superficie de vidrio transparente. Para tomar cerveza los vasos elegidos son medianos, más grandes.

Invitarme cerveza fue una manera de mostrar aprecio. Vivimos e interactuamos en una selva de símbolos[2], por ello nos resulta importante identificar estos gestos, como símbolos de nuestras interacciones con los vecinos.
Esa es también la razón por la que, a modo de agradecimiento por trabajar nuestras chacras en Mil, durante cada jornal ofrecemos chicha de jora para los miembros de los comités.
Poco antes de que se acabara la cerveza, la chicha que se estaba cocinando en el fogón, ya estaba lista. Nelly (nuera de Egidio, que trabaja en nuestra cocina en Mil), vino a hacer compañía. Y a todos nos sirvieron chicha.
La chicha recién preparada es muy rica: dulce, tibia y muy poco fermentada. Esta se toma sólo en estas cocinas donde se elabora.
Lo que más disfruté de la cena es que pudimos conocernos un poco más. Compartimos cuáles son nuestras aspiraciones, qué quisiéramos hacer juntos, de qué manera ven el trabajo en el campo, cómo nos ven a nosotros –los de Mil- y contarles cómo es que nosotros los vemos a ellos, nuestros vecinos. Cómo vemos en conjunto nuestro futuro.
La temperatura de la chicha fue una gran idea antes de salir y emprender camino de regreso a la casa. Caminé los pocos metros de regreso con la ayuda de la luz de una linterna. La noche que había estado estrellada y despejada de pronto se había nublado y parecía que llovería en la noche. Intenté encontrar los montículos de tierra formados por los gusanos d ellos que me hablaba Egidio para prever el clima pero se me hizo imposible… esa noche llovió sin parar.
La cena completa fue muy especial. El calor del fogón, la conversación extensa, la chicha caliente, las risas sinceras. Imagino que la sensación es de sentir que estamos por buen camino, construyendo algo bueno juntos. Estos encuentros cara a cara, sin mucho planeamiento, refuerzan no solo la horizontalidad de nuestra relación sino también la importancia de interactuar para conocer y poder compartir eso que valoramos con los demás.
A decir verdad, estuve –y estoy- inmensamente agradecido antes de irme a dormir. Esta noche me di cuenta lo valioso que es poder compartir espacios, tiempo, trabajo, comida y bebidas con otras personas.

[1] Para mayor información ver: Castillo, Gerardo. Alcohol en el sur andino. Embriaguez y quiebre de jerarquías. Lima: fondo editorial PUCP, 2015
[2] Nombre del libro de Victor Turner dónde analiza el conjunto de símbolos que se presentan en un ritual; sus significados e importancia.