Es medio día, espero sentada sobre un montículo de piedras acomodadas al lado del techito de la Asociación Riqchari Chaska – despierta estrella en quechua – el espacio comunal de encuentro para las mujeres de la asociación, y ahora también, temporalmente mi espacio de encuentro con ellas, ubicado en Anccoto, uno de los sectores bajos de la comunidad Mullak´as Misminay, ubicada en Maras, Cusco, sobre los 3,500msnm.
Algunas mujeres ya han llegado, se empieza a repartir la chicha que ellas mismas preparan. A la par, Georgina, Yovana, Joaquina y Norma deshojan la chilca y el molle, las plantas locales que han seleccionado para la sesión de teñido de hoy. Una oveja bebé se acerca a Georgina y empieza a comerse la chilca que tiene entre sus manos. Mientras tanto, María Pilar, Antonia y Teresa prenden los fogones con la leña que han traído. Las ollas comunales ya están con el agua lista para calentar. De lejos se ve a Jessica venir sin prisa, viene con su lliclla llena de ramas de molle y leña. Al llegar saluda a todas las compañeras, extiende su manta de colores en el piso, empieza a deshojar y se une a la conversación en quechua, la lengua materna en esta comunidad.
Alrededor, varios niños y niñas corren y juegan, también se acercan cada tanto a curiosear, hijos e hijas de las mujeres más jóvenes de la asociación que acompañan en cada labor. Se siente un sol radiante y potente, este es mi segundo encuentro con las mujeres Riqchari Chaska, una asociación creada hace poco más de un año y que convoca a 25 mujeres artesanas de la comunidad.
Mientras terminamos los preparativos para el teñido, vamos conversando sobre la vida en las faldas de los apus y de lo que significa vivir de cara a la imponente cordillera de los Andes, y también de la incertidumbre que se siente en la comunidad en relación a sus cultivos, pues todavía no llegan las anheladas lluvias que augurarán una buena cosecha. De lejos, el apu Chicón con sus picos nevados, permanece enclavado en el paisaje que nos acoge, testigo de esta relación que se va abriendo de pocos, día tras día.
La vida aquí se siente inmensa y tranquila. Empieza a correr el viento helado de la tarde a pesar de un fuerte sol que se siente cerca y que agota. En las ollas el agua hierve y las plantas empiezan a soltar sus tintes. Decidimos movernos al techito para cubrirnos con un poco de sombra y seguir nuestra conversación tomando chicha. De esquina a esquina, cuelgan hileras de los botánicos que se encuentran en la zona: capulí, mark´u, molle, retama, chilk´a, eucalipto, mullas´ka, entre otras, plantas medicinales y tintóreas que son utilizadas por la comunidad. También hay variedad de artesanías y textiles exhibidos en los mesones de madera que van de poste a poste. Tejidos elaborados por estas mujeres, creaciones que sincretizan el conocimiento ancestral textil con técnicas de tejido más modernas.
Mientras esperamos los 40 minutos que tardan las plantas en soltar todo su tinte, admiro la inmensidad de toda esta región. El juego de formas y colores que las chakras crean en la pampa, el potente abrazo de la cordillera de Urubamba donde sobresale el apu Chicón y el apu Verónica, la carretera hacia Moray que está solo a unos cuantos pasos. Del otro lado, el colegio de la comunidad, las casitas de adobe del sector de Anccoto en las faldas de los cerros y los apus más atrás: el Wañinmarka, el Marhuay, el Ccujtin, el Pumaqkhasa, el Yanaorcco.
Me siento afortunada de estar en este techito, donde las Riqchari Chaska se reúnen a tomar decisiones, organizarse, trabajar en sus tejidos, teñir, cocinar y comadrear. Me maravilla la diversidad generacional y la sororidad que existe entre las mujeres más sabedoras y mayores y las mujeres más jóvenes y aprendices, la amplitud y la servicialidad para con todas y todos. Se sienten vínculos muy estrechos, especiales y familiares, forjados de generación en generación. También puedo percibir estos vínculos con la tierra, las plantas con las que a diario trabajan, el agua que media la vida: su presencia y ausencia en cada temporada y en los vínculos con los apus y las historias que se han cocreado entre estos cuerpos montañosos que sostienen la vida y la comunidad.
El llamado de Damiana me trae de nuevo al encuentro y con su voz dulce pero fuerte nos avisa que el tinte ya está listo. María Pilar y Jessica se encargan de pasarlo por el colador, mientras otras vamos alistando las bateas en donde realizaremos las pruebas con los mordientes. Expectantes y con mucha curiosidad nos encontramos observando las reacciones que generan la colpa verde, la colpa blanca y el alumbre en contacto con el tinte y las tonalidades que resultan. Minutos después somos un círculo de mujeres amontonadas y emocionadas alrededor de las ollas mientras sumergimos las madejas de lana de oveja y de alpaca a un ritmo apasionado, mientras alguna revuelve con el cucharón, cerciorándose de que todas las madejas queden sumergidas en el amarillo intenso de la chilca con alumbre.
Transcurre el tiempo entre relatos sobre los apus y me fascina cómo cada una tiene su versión. Coinciden y difieren en detalles y se ríen cuando reconocen alguna confusión. Empezamos a crear confianza y me alegra estar en este círculo de historias y anécdotas. Ellas también me preguntan sobre el lugar del que vengo y les cuento que vivo en Bogotá, y que también allá hay cerros y montañas protectoras.
Llegué a Mil Centro queriendo entender sobre estos vínculos que las mujeres de Riqchari Chaska han entablado con su entorno, con los cuerpos montañosos y con el agua, y cómo estas relaciones toman forma y se hacen visibles en la práctica textil. Desde los primeros encuentros con ellas entendí que es en el trabajo cotidiano donde se han forjado ancestralmente las conexiones y los afectos. Vivir sobre los cerros, tomar chicha y ofrendarla dándoles de beber a los apus y a la Pachamama, caminar sobre montañas para llegar a las chakras, llevar otras pequeñas ¨montañas¨ a sus espaldas envueltas en llicllas que siempre las acompañan. Vínculos que toman forma en las prácticas de cuidado que implican los textiles: desde el pastoreo de las ovejas, la recolección de las plantas tintóreas, el uso del barro que es la misma montaña para teñir memorias que luego serán hiladas y tejidas, hasta el encuentro comunal de estas mujeres, el reunirse para teñir en torno al fuego y tejer vínculos entre ellas. Precisamente, esta fue una de las intenciones de ellas al crear la asociación, tener un espacio y fijar unos tiempos para encontrarse y trabajar en conjunto, para comadrear y teñir.
Mantener estas prácticas y nutrirlas de otros conocimientos permite seguir forjando los lazos y afectos entre las mujeres y entre ellas con su entorno, pues las labores textiles también implican lo colectivo. Durante 2 meses también hice parte de esta práctica colectiva, en donde nos reunimos a vincularnos, sentipensar y traer al presente historias, prácticas y saberes en un intercambio que nos fue llevando a las representaciones de las montañas, ríos, lagunas, plantas y animales que se encuentran representadas en las llicllas y en los chumpis (cordón que utilizan para amarrar las faldas). De allí nació la idea de reinterpretarlos con nuevas técnicas de teñido que permitieran repensar las conexiones en el presente.
Encontramos en el dibujo una práctica que nos permitió explorar los iconos y sus patrones, modificarlos, reinterpretarlos y darles un sentido en la actualidad. A partir de allí, las historias y anécdotas sobre estas representaciones volvieron a la memoria personal y a la colectiva, como los recuerdos de mamás y abuelas realizando estas iconografías en telar de cintura.
Durante varias semanas nos dedicamos a explorar los orqos (cerros), los mayus (ríos) y los waka ñawi (ojos de toro) a través de la técnica de dibujo con leche proteica en tocuyo. Un proceso en donde las proteínas de la leche de tarwi o de vaca se adhieren y penetran las fibras de las telas, que luego permitirán que el teñido sea más fuerte e intenso en donde está presente la proteína en una suerte de revelado del dibujo. Con pinceles y plantillas recreamos nuestras versiones de la iconografía local, primero desde ejercicios intuitivos para representar las montañas que teníamos al frente y luego dar paso a patrones más estructurados siguiendo la lógica de las iconografías de las llicllas que cada una carga.
El fruto material de esta práctica y de nuestros encuentros se condensó en piezas utilitarias en algodón teñido con botánicos locales de la comunidad de Mullakas Misminay que se incorporaron al canal comercial de Mater en Mil, plataforma donde se visibilizan los resultados de los proyectos colaborativos y de investigación artística y posibilita la venta de los productos desarrollados junto a las comunidades vecinas al centro.
Aprender a sentir la vida aquí y entender y vivir los florecimientos que existen y siguen dándose en este entramado de vidas entre montañas es el mayor regalo y aprendizaje de mi residencia. La vida entre apus me deja el alma radiante.
Agradezco la amplitud de estas mujeres, de los apus que nos sostienen, de todo el equipo de Mil y especialmente el de Mater. Agradezco la confianza de Malena para llevar a cabo esta residencia y también la confianza, el apoyo y las ideas que siempre recibí de parte de Verónica.